Leandro Costa y el síndrome del despacho vacío

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Una constante ha sido en los funcionarios de Cambiemos su escasa resistencia a las exigencias de las labores públicas, una debilidad que los ha obligado a tomar frecuentes y no breves vacaciones, incluso en momentos en que acuciantes asuntos de la gestión sugerían, o más bien demandaban, la presencia responsable en el lugar de los hechos.

Miles de hectáreas de La Pampa ardían en incontrolable fuego mientras se desconocía el vacacional paradero del ministro de Ambiente de la Nación y sus poco creativos juegos de palabras. Cientos de bonaerenses eran evacuados de sus casas y sus bienes irremisiblemente perdidos mientras la Gobernadora clavaba una relajada sombrilla en las blancas arenas de las playas mexicanas.

El propio presidente respiraba frescos aires patagónicos mientras en la Capital se producían turbulencias ministeriales que producían la eyección de miembros del gabinete de quienes en buena medida dependía el rumbo económico del país.

En una coherencia que no debe dejar de señalarse (sobre todo si se tiene en cuenta que pocos meses antes de las elecciones que los llevaron a sus cargos militaban en otro partido), los funcionarios escobarenses de esa fuerza política han demostrado la misma afición por el descanso que sus congéneres nacionales y provinciales. Es el caso de Leandro «doble cargo» Costa, quien suele padecer una fatiga a la segunda potencia debido a que desempeña, al menos nominalmente, una función a nivel nacional como secretario de Formación de Agentes Territoriales y otra a nivel local como concejal y presidente de bloque.

Desde su regreso al Concejo Deliberante de Escobar se le ha señalado desde diferentes sectores políticos y de la opinión pública la incompatibilidad de esa acumulación, observable desde el más llano sentido común que hace evidente la imposibilidad de estar cumpliendo labores diferentes en puntos geográficos muy distantes entre sí (recordemos que uno de esos cargos tiene por jurisdicción todo el territorio nacional y su misma esencia consiste en la presencia in situ).

La imposibilidad de estar en dos lugares el mismo tiempo ya de por sí sería querellable si su escasa resistencia a las exigencias laborales y su sintonía con la tónica de trabajo macrista que hacen que por largos periodos esté ausente de ambas funciones a la vez, no confirieran a su caso una coloración indignante.

Tonalidad que corresponde a lo ocurrido, según señalan fuentes del Ministerio de Desarrollo Social, desde el 20 de diciembre de 2016 hasta el jueves pasado. Periodo de más de 40 días en que Costa pudo ahorrarse el peaje de la autopista que lleva hacia su trabajo en la ciudad de Buenos Aires y vacaciones de una extensión muy superior a la que corresponde a alguien que lleva en su función menos de un año (recordemos que según la legislación laboral vigente para los no privilegiados, sólo quien tenga más de 20 años de antigüedad y haya trabajado más de la mitad de los días hábiles del año cuenta con un período de vacaciones de 35 días). Quizá a esa incompatibilidad se deba que su ausencia no haya sido formalizada a través del correspondiente pedido de licencia, lo que hace que, en los papeles, esas vacaciones no hayan existido, por lo que puede (volver a) tomárselas más adelante.

Ya entre sus propios partidarios había causado malestar, un año y medio atrás, el viaje a los Estados Unidos que su afición vacacional le había hecho emprender en medio de la campaña electoral.

Pero no es ésta la única invariante macrista que el joven «doble cargo» sigue con rigurosidad religiosa. La llamativa subejecución que se observa en muchas áreas del gobierno nacional es llevada al extremo de no haber ejecutado virtualmente ni un peso en la suya, lo que significa no haber llevado adelante ningún proyecto en beneficio de los agentes territoriales del país.

La adversa situación económica y la significativa caída en el salario real que se ha registrado el último año obligan a muchas personas a tener más de un empleo para subsistir en condiciones dignas. No parece ser esa una justificación racional de la acumulación costista de funciones si se tiene en cuenta que la adición de los sueldos que corresponden a sus cargos (aproximadamente 8 decenas de miles de pesos) excede por mucho la suma necesaria para gozar de esas condiciones.

¿Pasión por la función pública? Más se asemeja su caso a un síndrome que lleva al paciente a acumular despachos en cuya puerta reluzca su nombre, dolencia que como otro de sus síntomas exhibe la tendencia a que esos despachos permanezcan por largos periodos vacíos.

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