A la segunda ola del coronavirus parece sumársele una más extensa y estructural: la ola de inseguridad. Todos los días se dan a conocer delitos de la más variada gravedad que ocurren en las distintas localidades de Escobar. Desde el ladrón que salta una reja para hurtar una bicicleta hasta los robos de vehículos que terminan en cinematográficos tiroteos y, como ocurrió ayer en Garín, con muertes.
Ante ese panorama, las autoridades municipales dan a conocer una «estadística» según la cual los crímenes habrían disminuido el 31% entre 2020 y 2021; no solo eso sino que, según este polémico informe, los robos habrían caído nada menos que un…. ¡48%!
Frente a semejante contraste entre los hechos y la realidad que parecen percibir quienes gobiernan, es completamente legítimo preguntarse precisamente eso: qué realidad viven los que gobiernan.
Y para comenzar a elaborar una respuesta no está demás tener en cuenta un factor que ya ha sido señalado en notas anteriores. Se trata de la enorme brecha que existe entre la cotidianidad de los vecinos de a pie y la de los principales funcionarios que viven aislados en el microclima de tranquilidad que les brindan los muros de un barrio cerrado.
No hay nada malo en querer vivir bien; tampoco en residir en un country. Pero aquellos que son elegidos para representar a los vecinos y sobre todo intentar mejorar sus condiciones de vida, verán dificultado el cumplimiento de su misión si se aíslan en burbujas cuya realidad en nada se parece a la de sus supuestos representados.
Pocas cosas enseñan tanto como la experiencia directa; y aún si tuvieran buenas intenciones, las decisiones que un funcionario toma para modificar la realidad no suelen ser efectivas cuando esa realidad la mira por televisión, o peor, a través de unas estadísticas tranquilizadoras y autoindulgentes.
Quizá vaya siendo tiempo de que la población oriente sus preferencias hacia aquellos que, aún con sus limitaciones, al menos tengan cierta raigambre en la sociedad que quieren gobernar, conozcan la cruda realidad del distrito que les paga el sueldo y no vivan en confortables burbujas para élites.
